Saturday, November 14, 2009
Subscribe to:
Posts (Atom)
en esta pagina encontraras hermosas leyendas acerca de los aztecas y mayas
Los dioses quisieron crear nuevos seres capaces de hablar y de recolectar lo que la tierra podría ofrecerles. Pero estas nuevas criaturas debían ser capaces de rendir homenaje a sus creadores.
Es así que formaron el cuerpo del primer hombre con lodo. Lo modelaron con minuciosidad, sin olvidar ningún detalle.
Desgraciadamente, el resultado fue deplorable: sin dientes, los ojos vacíos, sin ninguna gracia, estos muñecos no podían mantenerse de pie y se desintegraban bajo el agua.
Sin embargo, el nuevo ser tenía el don de la palabra, una voz armoniosa, jamás oída en este mundo. Pero no tenía conciencia de lo que decía.
A pesar de todo, los dioses decidieron que estos seres frágiles vivirían. Deberían luchar para sobrevivir, multiplicarse y mejorar su especie, esperando que unos seres superiores no los reemplazaran.
Las nuevas criaturas fueron fabricadas en madera para que ellas pudieran marchar bien derechas sobre la tierra.
Se unieron entre ellas y tuvieron hijos. Pero estos seres no tenían sentimientos. No podían comprender que debían su presencia sobre la tierra solo a la voluntad de los dioses.
Deambularon sin saber adonde iban, tales muertos vivientes. Cuando hablaban no había ninguna emoción en sus voces.
Vivieron muchos años hasta que los dioses decidieron condenarles a muerte: una lluvia de cenizas se abatió sobre estos seres imperfectos. Después el agua fluyó tanto que alcanzó las cimas de las montañas más elevadas. Todo fue destruido.
Los dioses crearon entonces nuevos seres. Pero ellos no correspondieron tampoco a sus esperanzas. El pájaro Xecot Covah les reventaba los ojos, mientras que el felino Cotzbalam los destripaba. Los sobrevivientes afrontaron las acusaciones de todos los seres y objetos que se creían sin alma: las piedras de moler, las marmitas, los cántaros, los perros, todos se quejaban de los malos tratos que habían recibido y amenazaban ahora a los hombres.
Éstos tuvieron miedo, huyeron, subieron sobre los techos que se desplomaron. Entonces se refugiaron en los árboles. Pero las ramas se rompieron. Intentaron encontrar refugio en las grutas; pero las paredes se derrumbaron.
Los pocos sobrevivientes se transformaron en monos. Es por eso que los monos son los únicos animales que evocan la forma de los primeros seres humanos de la tierra Quiché.
Entonces los dioses se reunieron una vez más a fin de crear un nuevo ser hecho de carne y hueso, y dotado de inteligencia. Esta vez se sirvieron del maíz; modelaron su cuerpo con esta pasta blanca y amarilla y les introdujeron pedazos de madera para que sean más rígidos.
Rápidamente, los nuevos seres humanos hicieron prueba de inteligencia: comprendieron el mundo que los rodeaba. Estos seres se llamaban Balam Quitzé, Balam Acab, Ma Hucutah e Iqui Balam.
Entonces los dioses interrogaron al primero de ellos:
- Habla en tu nombre y de los otros, y dinos cuáles son tus sentimientos. Eres consciente de tus poderes?
Balam Quitzé les respondió:
- Ustedes nos han dado la vida y gracias a eso sabemos lo que sabemos, somos lo que somos; hablamos, marchamos y comprendemos lo que nos rodea. Sabemos ya dónde reposan los cuatro rincones del mundo, los cuales marcan los límites de todo lo que nos rodea.
Pero los dioses no apreciaron que los nuevos seres sepan tantas cosas. Faltaba que conocieran sólo una parte del mundo que los rodeaba. Sólo una parte de lo que existía les sería revelada y no deberían comprender todo. Faltaba limitar el campo de sus conocimientos a fin de reducir su orgullo. Sino sus hijos percibirían aún mejor las realidades del mundo hasta saber tanto como los dioses, y creerse dioses ellos mismos.
Faltaba remediar este peligro que sería fatal para el orden fecundo de la creación.
Entonces los dioses limitaron el campo de sus conocimientos.
A fin de que estos seres no estuviesen solos, los dioses crearon las mujeres. Durmieron a los hombres y ubicaron cerca de ellos a las mujeres, desnudas y apacibles.
Cuando se despertaron, vieron con alegría lo bellas que eran. Para distinguirlas les dieron nombres que evocaban la lluvia según las estaciones.
Las parejas se formaron y tuvieron hijos que comenzaron a poblar la tierra.
Ciertos entre ellos eran más dotados que otros. Por esta razón los dioses los eligieron para que fueran Adoradores y Sacrificadores, sacerdotes en las funciones más elevadas.
Los primeros seres engendrados eran tan bellos como su madre, tan fuertes como su padre y supieron adivinar el misterio de sus orígenes.
Es así que Balam Quitzé y los otros ancianos fueron los generadores de los seres humanos que vivieron, se desarrollaron y formaron las tribus del Quiché. Estos primeros hombres se propagaron sobre la tierra, en la región del oriente.
Huicholes y el maíz
Los huicholes estaban cansados de comer cosas que no les gustaban..
Querían alguna cosa que pudieran comer todos los días, pero de maneras diferentes.
Un joven huichol oyó hablar del maíz y de sus famosos mets, unas tortillas, los chilaquiles y la sopa de tortilla que se preparaba con este cereal.
Pero el maíz se encontraba muy lejos, al otro costado de la montaña. Eso no lo desalentó y se puso en marcha.
Al cabo de poco tiempo vio una hilera de hormigas y como él sabía que ciertas de ellas eran las guardianas del maíz, las siguió.
Pero cuando el joven se durmió, las hormigas, sin ningún problema, se devoraron todas sus vestimentas, dejándolo sólo con su arco y sus flechas.
Sin ropas y hambriento el huichol se puso a lamentar. Fue entonces que un pájaro se posó sobre un árbol próximo. El joven apuntó su arco sobre él, pero el pájaro le regañó y le dijo que ella era la Madre del maíz. Lo invitó a seguirla hasta la Casa del Maíz donde ella lo autorizaría a tomar todo lo que él buscaba.
En la Casa de Maíz se encontraban cinco bellas doncellas, las hijas de la Madre del Maíz: Mazorca Blanca, Mazorca Azul, Mazorca Amarilla, Mazorca Roja y Mazorca Negra.
Mazorca Azul lo encantó con su belleza y su dulzura. Se casaron y volvieron a la villa Huichol.
Como él no tenía aún casa, durmieron un tiempo en un lugar dedicado a los dioses.
Después, como por encantamiento, la casa de los recién casados se llenaba cada día de espigas que la decoraban como flores.
Las gentes venían de todas partes porque Mazorca Azul les ofrecía espigas a manos llenas.
La bella esposa enseñó a su marido a sembrar el maíz y a cuidar los cultivos. Enterándose qué delicias ofrecía este nuevo alimento, los animales intentaron robarle. Mazorca Azul enseñó a las gentes a colocar fuego alrededor de los cultivos para espantar a las bestias en busca de espigas tiernas.
Los Ancianos cuentan que Mazorca Azul, después de haber enseñado todo lo que ella sabía, se molió ella misma y es de esta forma que los hombres conocieron el excelente atole, una bebida caliente que se prepara con granos de maíz.
Mazorca: espiga de maíz.
Los Huicholes y el maíz
Los huicholes estaban cansados de comer cosas que no les gustaban.
Querían alguna cosa que pudieran comer todos los días, pero de maneras diferentes.
Un joven huichol oyó hablar del maíz y de sus famosos mets, unas tortillas, los chilaquiles y la sopa de tortilla que se preparaba con este cereal.
Pero el maíz se encontraba muy lejos, al otro costado de la montaña. Eso no lo desalentó y se puso en marcha.
Al cabo de poco tiempo vio una hilera de hormigas y como él sabía que ciertas de ellas eran las guardianas del maíz, las siguió.
Pero cuando el joven se durmió, las hormigas, sin ningún problema, se devoraron todas sus vestimentas, dejándolo sólo con su arco y sus flechas.
Sin ropas y hambriento el huichol se puso a lamentar. Fue entonces que un pájaro se posó sobre un árbol próximo. El joven apuntó su arco sobre él, pero el pájaro le regañó y le dijo que ella era la Madre del maíz. Lo invitó a seguirla hasta la Casa del Maíz donde ella lo autorizaría a tomar todo lo que él buscaba.
En la Casa de Maíz se encontraban cinco bellas doncellas, las hijas de la Madre del Maíz: Mazorca Blanca, Mazorca Azul, Mazorca Amarilla, Mazorca Roja y Mazorca Negra.
Mazorca Azul lo encantó con su belleza y su dulzura. Se casaron y volvieron a la villa Huichol.
Como él no tenía aún casa, durmieron un tiempo en un lugar dedicado a los dioses.
Después, como por encantamiento, la casa de los recién casados se llenaba cada día de espigas que la decoraban como flores.
Las gentes venían de todas partes porque Mazorca Azul les ofrecía espigas a manos llenas.
La bella esposa enseñó a su marido a sembrar el maíz y a cuidar los cultivos. Enterándose qué delicias ofrecía este nuevo alimento, los animales intentaron robarle. Mazorca Azul enseñó a las gentes a colocar fuego alrededor de los cultivos para espantar a las bestias en busca de espigas tiernas.
Los Ancianos cuentan que Mazorca Azul, después de haber enseñado todo lo que ella sabía, se molió ella misma y es de esta forma que los hombres conocieron el excelente atole, una bebida caliente que se prepara con granos de maíz.
Mazorca: espiga de maíz.
El robo del fuego
Hace mucho tiempo, no se conocía el fuego, y los hombres debían comer sus alimentos crudos.
Los Tabaosimoa, los Ancianos, se reunieron y discutieron sobre la manera de obtener alguna cosa que les procuraría el calor y les permitiría cocer sus alimentos.
Ayunaron y discutieron... y vieron pasar por encima de sus cabezas una bola de fuego que se sumergió en el mar pero que ellos no pudieron alcanzar.
Entonces, fatigados, los Ancianos reunieron personas y animales para preguntarles si alguno de ellos podía aportarles el fuego.
Un hombre propuso traer un rayo de sol a condición de que sean cinco para ir al lugar donde salía el sol. Los Tabaosimoa aprobaron la proposición y pidieron que los cinco hombres se dirigieran hacia el oriente mientras que ellos, llenos de esperanza, continuarían suplicando y ayunando.
Los cinco partieron y llegaron a la montaña donde nacía el fuego.
Esperaron la llegada del día y se dieron cuenta que el fuego nacía sobre otra montaña, más alejada. Retomaron entonces su camino.
Llegados a la montaña, en un nuevo amanecer, vieron el fuego nacer sobre una tercera montaña, aún más alejada. Prosiguieron así hasta la cuarta, después la quinta montaña donde, desalentados, decidieron regresar, tristes y fatigados.
Contaron esto a los Ancianos quienes pensaron que jamás podrían alcanzar el Sol. Los Tabaosimoa les agradecieron y se volvieron a poner a reflexionar sobre lo que podrían hacer.
Es entonces que apareció Yaushu, un Tlacuache sabio, y él les relató un viaje que había hecho hacia el oriente. Había percibido una luz lejana y quiso verificar lo que era. Se puso a marchar durante noches y días, durmiendo y comiendo apenas.
La noche del quinto día pudo ver que en la entrada de una gruta ardía un fuego de madera de donde se elevaban grandes llamas y un torbellino de chispas.
Sentado sobre un banco un hombre viejo miraba el fuego. Era grande y llevaba un taparrabo de piel, los cabellos blancos y los ojos horriblemente brillantes. De tanto en tanto alimentaba esta "rueda" de luz con leños.
El Tlacuache contó cómo él permaneció escondido detrás de un árbol y que, espantado, él hizo marcha atrás con precaución. Se dio cuenta que se trataba de alguna cosa caliente y peligrosa.
Cuando él hubo acabado su relato, los Tabaosimoa pidieron a Yaushu si él podía volver y traerles un poquito. El Tlacuache aceptó, pero los Ancianos y su gente debían ayunar y orar a los dioses haciendo ofrendas. Ellos consintieron pero le amenazaron de muerte si éste los engañaba. Yaushu sonrió sin decir una palabra.
Los Tabaosimoa ayunaron durante cinco días y llenaron cinco sacos de pinole que dieron al Tlacuache. Yaushu les anunció que estaría de regreso en otros cinco días; debían esperarlo despiertos hasta medianoche y si él moría, les recomendó de no lamentarse por él.
Portando su pinole, él llegó al lugar donde el viejo hombre contemplaba el fuego.
Yaushu lo saludó y fue solamente a la segunda vez que él obtuvo una respuesta. El viejo le preguntó lo que hacía tan tarde en ese lugar.
Yaushu respondió que era el emisario de Tabaosimoa y que buscaba agua sagrada para ellos. Estaba muy fatigado y preguntó si podía dormir antes de retomar su camino la mañana siguiente.
Debió suplicarle mucho pero al fin el viejo le permitió quedarse a condición de que no toque nada. Yaushu se sentó cerca del fuego e invitó al viejo a compartir su pinole.
Este vertió un poco sobre el leño, tiró algunas gotas por encima de su hombro, después bebió el resto. El viejo le agradeció y se durmió.
Mientras que Yaushu lo escuchaba roncar, pensaba la manera de robar el fuego.
Se levantó rápidamente, tomó una brasa con su cola y se alejó. Había hecho un buen pedazo del camino cuando sintió que una borrasca venía sobre él y vio, frente a él, al viejo encolerizado.
Él lo reprendió por tocar y robar una cosa que no le pertenecía; lo mataría.
Inmediatamente él tomó a Yaushu para quitarle el tizón pero aunque éste lo quemaba no lo soltaba. El viejo lo pisoteaba, le trituraba los huesos, lo sacudía y lo balanceaba.
Seguro de haberlo matado, se vuelve a vigilar el fuego. Yaushu rodó, rodó y rodó... envuelto en sangre y fuego; llegó así delante de los Tabaosimoa que estaban orando.
Moribundo les dio el tizón. Los Ancianos encendieron los leños.
El Tlacuache fue nombrado "héroe Yaushu".
Lo vemos aún hoy marchar penosamente por los caminos con su cola pelada.
Tlacuache: Mamífero arborícola.
Pinole: Bebida alcohólica a base de m
montaña de maíz
Los dioses se preguntaron lo que podrían comer los hombres.
Un día, Quetzalcoatl encontró una hormiga roja en los alrededores de Teotihuacan. La hormiga llevaba un grano de maíz.
Muy interesado, Quetzalcoatl le preguntó dónde ella lo había encontrado. En un primer momento, la hormiga hizo como si nada pasara y prosiguió su ruta. Pero frente a la insistencia del dios ella respondió que lo había extraído de la "Montaña de Nuestra Alimentación" y lo invitó a seguirla.
Pero Quetzalcoatl era demasiado grande para entrar en este lugar como las otras hormigas. Entonces él debió recurrir a la magia y se transformó en hormiga negra. La hormiga roja lo esperaba en el interior, y lo guió hasta el lugar donde se encontraban montones y montones de maíz.
Después ella lo ayudó a recoger suficientes granos para compartir con los otros dioses. El gran Quetzalcoatl le agradeció y se fue.
Quetzalcoatl llevó el maíz a los otros dioses quienes, más tarde, lo dieron a comer a los hombres. El alimento era bueno. Había necesidad de más maíz, pero era una tarea fatigante transformarse en hormiga para llevar los granos poco a poco.
Quetzalcoatl intentó llevarse la "Montaña" entera pero no tuvo éxito. Los dioses pidieron entonces la ayuda al adivino Oxomo y su mujer Cipactonal para que ellos adivinen la suerte. Ellos le revelaron que si Nanahuatl lanzaba el rayo, la "Montaña de Nuestra Alimentación" permanecería abierta. Los Tlatocas (dioses de la lluvia) descendieron y comenzó a llover mientras que Nanahuatl lanzó el rayo sobre la "Montaña" que se abrió, dejando libres los granos de nuestra alimentación: maíz, judías... que los dioses aportaron a la humanidad.
El Sol y la Luna
El primer Sol, el Sol del Tigre, nació en 955 a.c. Pero al final de un largo período de 676 años, el Sol y los hombres fueron devorados por los tigres.
El segundo Sol era el del viento. Él fue llevado por el viento y todos los que vivían sobre la tierra, y quienes se colgaban de los árboles para resistir a la tempestad se transformaron en monos.
Vino a continuación el tercer Sol, el sol de la Lluvia. Una lluvia de fuego se abatió sobre la tierra, y los hombres se transformaron en pavos.
El cuarto Sol, el sol de Agua, fue destruido por las inundaciones. Todos los que vivían en esta época se transformaron en peces.
El agua recubrió todo durante 52 años.
Pensativos, los dioses se reunieron en Teotihuacan:
- Quién se va a encargar ahora de traer la aurora sobre la tierra?
El Señor de los Caracoles, célebre por su fuerza y su belleza, hizo un paso adelante:
- Yo seré el sol, dijo él.
- Alguien más?
Silencio.
Todos miraron al Pequeño Dios Sifilítico, el más feo y desafortunado de los dioses, y decidieron:
- Tú.
El Señor de los Caracoles y el Pequeño Dios Sifilítico se retiraron a las montañas, que hoy son las pirámides del Sol y de la Luna. Allá, en ayunas, meditaron.
Luego los dioses formaron un inmensa hoguera, contemplaron el fuego y los llamaron.
El Pequeño Dios Sifilítico tomó impulso y se tiró a las llamas. Resurgió enseguida después y se elevó, incandescente, en el cielo.
El Señor de los Caracoles miró la hoguera ardiente, el seño fruncido. Avanzó, retrocedió, se detuvo, dio varias vueltas. Como no se decidía, exasperados, los dioses lo empujaron. Pero antes de que se elevara en el cielo, los dioses, furiosos, lo abofetearon y le pegaron en la cara con un conejo, tanto que le retiraron su resplandor.
Fue así que el arrogante Señor de los Caracoles se volvió la Luna. Las manchas de la Luna son las cicatrices de su castigo.
Pero el Sol resplandeciente no se movía.
El gavilán de obsidiana voló hacia el Pequeño Dios Sifilítico y le preguntó:
- Por qué no te mueves?
Y respondió, él, el menospreciado, el purulento, el jorobado, el cojo:
- Porque yo quiero la sangre y el reino.
Este quinto Sol, el Sol del Movimiento, iluminó a los toltecas e iluminó a los aztecas. Tenía garras y se alimentaba de corazones humanos.